Las sombras y los colores dan vida a los techos de las mezquitas, los palacios y los edificios árabes que he recorrido, desde Marruecos hasta Turquía o Arabia Saudí. La geometría se repite hasta el infinito, formas envolventes.
Bajo estos techos árabes recorridos, uno se imagina palacios de ensueño, princesas de cuento, sultanes buenos y preocupados por sus súbditos. Y también atisba a reconocer lo contrario, la crueldad sin límites, la sangre, el sudor y las lágrimas infringidas por la más nimia de las simplezas. Hoy, los palacios los recorren los turistas ignorando el pasado ingrato o, cual en un cuento de Disney, soñando bailar con el apuesto guerrero.
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